“La familia cristiana es Iglesia doméstica, primera comunidad evangelizadora”.

La familia,  primera célula  social, se encuentra afectada por  la crisis.  No obstante los problemas que  asedian al matrimonio y a la institución familiar,  ésta puede generar grandes energías que son necesarias para el bien de la humanidad” (Juan Pablo II, Conferencia de Santo Domingo- Discurso Inaugural) 

La familia debe pasar de la “cultura de la destrucción “ (consumismo, individualismo, materialismo, hedonismo…) a la “cultura de la vida” tomando el Amor como actitud de servicio, siendo modelos vivos imitando al Modelo de Cristo, reflexionando sobre el Evangelio frente a los medios de comunicación; educando en los valores, recuperando humanidad…

La familia es escuela del auténtico humanismo y donde se va fraguando el desarrollo integral de la persona y sus relaciones humanas. La familia cristiana es una comunidad creyente que se evangeliza y es evangelizadora.

Toda la acción educativa de la familia se sintetiza en continuar y trasmitir el amor, es decir: “la fe en el amor de Dios y en la capacidad de amar”. Según Chiara Lubich: “una fe nueva” que no es sólo fe en Dios, que ya poseíamos, sino precisamente la fe en el Amor de Dios y en la capacidad de amar, lo que da un nuevo sentido a los valores de la familia cristiana. Con ese amor, los hijos hacen propios muchos otros valores que son constitutivos del amor mismo y que no se reducen solamente a lo que en general se entiende por valores religiosos. Las bienaventuranzas evangélicas, por ejemplo, proponen una serie en la cual los valores religiosos van a la par de los civiles: la pobreza de espíritu junto al hambre y la sed de justicia; mansedumbre y pureza junto a las acciones del que actúa por la paz…

Otros valores cultivables en la familia son la fidelidad, el respeto mutuo y por los otros; la sinceridad, el honor, el amor por el deber, la autoridad, la prudencia, la austeridad…

El amor hace descubrir los valores, pero a su vez, la comprensión de los valores ayuda a amar. Estos valores cultivados en la familia trascienden el ámbito social. 

“¡El futuro de la  humanidad se fragua en la familia! Por consiguiente, es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia”.

Por eso el objeto y, sobre todo, el “sujeto primario” de la Pastoral que anhelamos, es la familia misma, Iglesia doméstica, convocada por la Palabra de Dios, por la fe y los sacramentos. 

Es esta pequeña Iglesia, frontera decisiva de la Nueva Evangelización, es la que debe ir construyendo primero la comunidad de los hogares en la que todos los miembros evangelizan y son evangelizados. Debe ser por otra parte, fermento en la misma masa social, colaborando en la construcción de una Patria más humana y más justa, con una vivencia persuasiva de la justicia y de la solidaridad. 

Escuela y hogar deben marchar unidos, de manera que haya coherencia entre lo que el alumno recibe en la escuela y lo que vive en el seno de la familia. Los padres deben asumir y vivir plenamente sus responsabilidades educativas de modo que vean en la escuela una colaboradora y no una sustituta de su misión.

En la familia se plasma el Amor que Dios tiene a la Iglesia. En un ambiente familiar  los hijos sabrán descubrir su vocación al servicio de la comunidad y aprenderán con el ejemplo de sus padres que la vida familiar es un camino para realizar la vocación a la santidad.La educación de los hijos  recuerda la Cruz Salvadora de Cristo, ya que los sacrificios que supone, se iluminan con la gloria de las alegrías al llevarla a buen término. Las experiencias en la familia son los principios determinantes en la formación del alumno, en el proceso de inserción social y de  asimilación de valores.